Dionisos abandona a Antonio

No digas que fue un sueño - Terenci Moix

…Una música deliciosa ritmaba el paso de un cortejo que atravesaba los cielos por encima de la ciudad, en dirección a la gran muralla. Era una cabalgata de seres extravagantes que avanzaban cogidos de la mano, como si danzasen continuamente en honor de la insólita figura que les mandaba desde un carro cargado de tinajas de cuyo interior iba manando a raudales un vino rojo como la sangre.
Peludos faunos, sátiros traviesos, afortunados unicornios, robustos centauros e hipógrafos alados mezclábanse con histriones que ostentaban las dos máscaras rituales del teatro, danzarines de pies alados, flautistas cubiertos con pieles de animales salvajes, coperos que servían al gran señor de todos los placeres y escanciadores habituados a poner en su punto los mejores vinos del Olimpo.
¡Sublime cabalgata! Presidiéndola, animándola, complaciéndose en ella, aparecía un magnífico anciano de aspecto munificiente, abundante en carnes, rechoncho incluso. Ostentaba un tirso rematado por una enorme piña y tanto de sus sienes como de sus pobladísimas barbas colgaban pámpanos que refulgían pícaramente a la luz de la luna.
-¡Es un dios! -gritaban algunos desde sus terrazas.
-¡Es Dionisos! -proclamaban otros en las calles.
-¡El dios se va de Alejandría! -gritó un sacerdote horrorizado.
Cleopatra corrió hacia la balaustrada y al mirar hacia lo alto descubrió que, efectivamente, la maravilla estaba ocurriendo.
A los sones de su música encantada, la divertida cabalgata del más libérrimo de los dioses avanzaba sobre los templos, sobre los obeliscos, más allá de las columnas del ágora. Y toda la deslumbrante blancura de Alejandría no era capaz de enamorarle para detener aquella huida.
-¡El dios abandona a Antonio!...

[ ... ]

Todos vieron cómo el desfile dejaba definitivamente atrás a Antonio, que siempre fue el más devoto entre los adoradores de Dionisos. Y él mismo cambió su asombro por una expresión de horror cuando vio que el cortejo sobrevolaba el centro de la ciudad y se encaminaba hacia la puerta principal, traspasándola también. Iba en busca del campamento de Octavio. [ … ] Y todos tenían miedo de acercarse a él, temiendo que fuese víctima de una maldición. Pues está escrito que el hombre a quien abandona su dios tutelar será siempre un maldito sobre la tierra.

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