Las elegias de Tirteo y la educación del estado en Esparta. Parte I

Extracto y resumen del libro I de Paideia: los ideales de la cultura griega, de Werner Jaeger sobre la educación en el estado de Esparta y la obra poética de Tirteo.

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La polis es el marco social para la historia de la cultura helénica y en él hemos de situar todas las obras de la "literatura" hasta el fin del periodo ático.
El espíritu de la polis griega halló su expresión primero en la poesía y luego en la prosa; determinando de un modo perdurable el carácter de la nación. Ya Platón, al tratar de trazar en las Leyes el esquema del pensamiento político y pedagógico de la antigüedad helénica parte de los poetas; llegando a determinar así dos formas fundamentales que parecen representar la totalidad de la cultura política de su pueblo: el estado militar espartano y el estado jurídico originario de Jonia.
Hay que considerar estos dos tipos con especial cuidado, pues aquí se halla la diferencia diametral del espíritu griego.

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Esparta no tiene lugar independiente ni en la historia de la filosofía ni en la del arte.
Esparta se halla, en cambio, en un lugar preponderante en la historia de la educación.
La más característica creación de Esparta es su Estado, y el Estado representa aquí, por primera vez, una fuerza pedagógica en el sentido más amplio de la palabra.

Aunque las fuentes que se han conservado son escasas, la idea central de la educación espartana se revela en los poemas que han sido trasmitidos bajo el nombre de Tirteo.
A diferencia de Homero y Hesíodo, en las elegías de Tirteo hallamos solo la formación de un ideal, y no es posible esclarecer a partir de su obra el subsuelo histórico sobre el cual se desarrolló.

En este sentido otros testimonios relevantes serían la Constitución de los lacedemonios de Jenofonte - la cual sería más bien producto del romanticismo (en parte filosófico y en parte político) del siglo IV a. C.
La obra perdida la Constitución de los lacedemonios de Aristóteles solo se puede reconstruir en parte. Aunque probablemente esta siguiera las apreciaciones sobre el estado espartano ya expuestas en el segundo libro de la Política - en dónde se crítica la sobriedad del juicio en contraposición a la apoteosis de Esparta (algo usual entre los filósofos).

La admiración de Jenofonte se fundaba todavía en el conocimiento de Esparta por íntima experiencia personal. Mientras que el encanto romántico que se revela en testimonios como la biografía de Licurgo de Plutarco, descansa sólo en un saber adquirido en antiguas fuentes literarias de muy diverso valor.
Al valorar estos testimonios es preciso tener presente que surgieron de la reacción consciente o inconsciente contra la moderna cultura del siglo IV.
Veían en la situación de la antigua Esparta (muchas veces de un modo anacrónico) la victoria sobre vicios de su propio tiempo y la solución de problemas que, en verdad, no existían para el "sabio Licurgo".
Es imposible determinar de un modo preciso la antigüedad de la organización de Esparta en tiempo de Jenofonte. La única garantía de su origen antiguo es la reputación de rígido conservadurismo que convirtió a los lacedemonios en el ideal de todos los aristócratas y en la abominación de los demócratas.

La creencia de que la educación espartana haya sido un adiestramiento militar unilateral procede de la Política de Aristóteles - idea que era ya conocida por Platón. Es necesario comprender esta crítica en relación con el tiempo en el que fue formulada:
Después de la victoria en la guerra del Peloponeso, Esparta alcanzó la hegemonía indiscutible en Grecia. Pero la perdió al cabo de tres décadas tras la catástrofe de Leuctra.
La admiración por su eunomia, mantenida durante siglos, sufrió un duro golpe.
El desvío de los griegos hacia el opresor se hizo general desde el momento que se apoderó de Esparta el ansia de dominio y perdió el antiguo sentido de la disciplina y la educación. El dinero, antes apenas conocido en Esparta, entró a torrentes en el país y se "descubrió" un viejo oráculo según el cual la codicia arruinaría a Esparta.
En esta época, la antigua disciplina espartana (dominada por una política de expansión en que los lacedemonios se habían apoderado despóticamente de las acrópolis de casi todas las ciudades griegas) apareció involuntariamente a la luz del uso maquiavélico que Esparta hacía de ella.

Sabemos aún así demasiado poco como para comprender con seguridad la forma clásica del estado espartano. Karl Otfried Müller interpretó el antiguo militarismo espartano como la continuación de un estado antiquísimo de la civilización doria.
Los laconios lo habrían conservado desde la época de las grandes migraciones y de la primera ocupación del territorio. La migración dórica (de la cual los griegos conservaron siempre un recuerdo imborrable) es el último de los movimientos de pueblos, probablemente originarios de la Europa central que, partiendo de la península balcánica, penetraron en Grecia.
Por su mezcla con los pobladores de otras razas mediterráneas, desde antiguo instaladas allí, constituyeron el pueblo griego que nos ofrece la historia. El tipo peculiar de los invasores se mantuvo en Esparta con la mayor pureza. [ La raza dórica proporcionó a Píndaro su ideal de hombre rubio y alta estirpe, tal como se representaba no sólo al Menelao homérico, sino también a Aquiles y a todos los "helenos de rubios cabellos" de la Antigüedad heroica.]
En este contexto los espartanos formaban una pequeña clase dominante, de formación tardía, entre la población laconia. Bajo su dominio se hallaba una clase popular campesina, los periecos y los siervos ilotas (una masa sometida, casi privada de todo derecho).
Los antiguos relatos de Esparta nos ofrecen la imagen de un pueblo que vivía de modo permanente en un campamento militar. Este carácter dependía más de la constitución interna de la comunidad que de un afán de conquista.
Los reyes de los heraclidas (sin poder alguno) solo recobraban su importancia originaria en el campo de la batalla. La asamblea popular espartana no es otra cosa que la antigua comunidad guerrera. No hay en ella debate alguno. Se limitan a votar sí o no ante una proposición precisa del consejo de los ancianos. Éste tiene derecho a disolver la asamblea y puede rechazar sus propuestas salidas de votación con resultado desfavorable. El erofato es la autoridad más poderosa del estado y reduce a un mínimo el poder político de la realeza. Su organización representa un poder moderador en el conflicto de fuerzas entre los señores y el pueblo. Otorga al pueblo un mínimo de derechos y conserva el carácter autoritario de la vida pública tradicional.

Esta pretendida legislación no es una codificación de leyes particulares civiles y públicas, sino el nomos: una tradición oral, dotada de validez, de la cual sólo unas cuantas leyes fundamentales (las llamadas rhetra) fueron fijadas en forma escrita.
Las fuentes antiguas no consideran este rasgo como un residuo de un estadio primitivo. Sino como la obra de la sabiduría previsora de Licurgo, quien (como Sócrates y Platón) otorgaba mayor importancia a la fuerza de la educación y a la formación de la conciencia ciudadana que a las prescripciones escritas.
Cierto es que cuanta mayor importancia se concede a la educación y a la tradición oral, menor es la constricción mecánica y externa de la ley sobre todos los pormenores de la vida. Sin embargo, la figura del gran estadista y pedagogo Licurgo es una interpretación idealizadora de la vida de Esparta.

Los tratadistas filosóficos fueron conducidos a considerar las instituciones espartanas como la invención consciente de un legislador genial. Y se vio en la vida de los espartanos la realización consciente de un ideal de educación análogo al que propone Platón en su República.

El gran problema social de toda la educación posterior fue la superación del individualismo y la formación de los hombres de acuerdo con normas obligatorias de la comunidad. El estado espartano, con su rigurosa autoridad, apareció como la solución práctica de este problema.

Plutarco y Platón volvieron constantemente sobre este punto, dejando éste último el siguiente testimonio: "La educación se extendía hasta los adultos. Ninguno era libre ni podía vivir como quería. En la ciudad, como en un campamento, cada cual tenía reglamentadas sus ocupaciones y su género de vida en relación con las necesidades del estado y todos eran conscientes de que no se pertenecían a sí mismos, sino a la patria.
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Licurgo habituaba a los ciudadanos a no tener ni el deseo ni la aptitud para llevar una vida particular. Los llevaba, por el contrario, a consagrarse a la comunidad y a congregarse en torno a su señor, liberándolos del culto al propio yo para que pertenecieran enteramente a la patria."

Desde el punto de vista cada vez más individualista de la Atenas posterior, Esparta era un fenómeno difícil de comprender. Lo que a los ojos de Platón o de Jenofonte era la obra de un genio educador, era en realidad la sobrevivencia de un estadio más simple y más primitivo en el desarrollo de la vida social, caracterizado por una fuerte trabazón racial y un débil desarrollo de la individualidad.

La tradición procede de una época para la cual el cosmos espartano era un sistema consciente y consecuente, que creía a priori que el más alto fin del estado era la paideia: la estructuración sistemática y por principios de la vida individual, de acuerdo con normas absolutas.
Todas las fuentes tienden a ofrecer la disciplina espartana como la educación ideal, ya que, para los hombres del s.IV, la posibilidad de educación dependía en último término del problema de alcanzar la norma absoluta para la acción humana.
En Esparta este problema se hallaba resuelto.

Así, la tradición entera sobre Esparta y la constitución de Licurgo se ha formado de acuerdo con una teoría posterior sobre el estado y la educación.
Para comprenderla en su justa significación es preciso tener en cuenta que surgió en la época más floreciente de la especulación griega sobre la esencia y los fundamentos de la paideia. Sin el ardiente interés por Esparta de aquel movimiento educador, no sabríamos nada de ella. Su sobrevivencia, así como la conservación de los poemas de Tirteo, se debe a la importancia que mantuvo perennemente la idea de Esparta como miembro indispensable en la estructuración de la paideia griega posterior.
Pero si prescindimos de la deformación filosófica, ¿Qué es lo que queda de Esparta como figura histórica?

El ideal propuesto por Jenofonte nos permite alcanzar una imagen intuitiva de la Esparta real de su tiempo y de su educación estatal y guerrera, única en Grecia. Pero el origen de aquella Esparta permanece en la oscuridad desde el momento que no podemos considerarla como un sistema unitario nacido de la sabiduría de Licurgo.
La participación de todos los ciudadanos espartanos en la educación militar hace de ellos una especie de casta aristocrática. Muchos de los rasgos de esta educación recuerdan a la formación de la antigua nobleza griega. Pero el hecho de que se extendiera a aquellos que no eran nobles, demuestra que hubo una evolución que modificó el presunto dominio originario de la nobleza.

Un régimen aristocrático pacífico no era suficiente para Esparta.
Habían sometido a los mesenios, un pueblo amante de la libertad, que a pesar de los siglos, no podía habituarse a su esclavitud, por lo que tenían necesidad de mantener su dominio por la fuerza.
Esto sólo era posible mediante la organización de todos los ciudadanos espartanos en una clase señorial armada, libre de las preocupaciones del trabajo.
Los derechos ciudadanos de los espartanos se encontraron siempre vinculados a su calidad de guerreros.
Tirteo es para nosotros el primer testimonio del ideal político y guerrero que halló más tarde su realización en la totalidad de la educación espartana.

Él mismo no parece haber pensado más que en la guerra. Sus poemas muestran claramente que la educación espartana (tal como la conocieron los tiempos posteriores) no era algo acabado, sino que se hallaba en proceso de formación.

En relación con las guerras mesenias es también Tirteo nuestra única fuente.
El impulso de su inspiración poética fue suscitado por la gran sublevación de los mesenios, al cabo de tres generaciones de su primera sumisión: "Durante diecinueve años lucharon sin cesar, con corazón paciente, los padres de nuestros padres, armados de lanzas: el año vigésimo los enemigos abandonaron sus ricos campos y huyeron a las altas montañas de Ithoma."

En otro fragmento describe de un modo realista la servidumbre de los vencidos. Su país había sido repartido entre los espartanos y los antiguos poseedores, convertidos en sus siervos, llevaban una triste vida: "Como los asnos, se derrengaban bajo pesadas cargas y se veían obligados, por la dolorosa constricción de sus señores, a entregarles la mitad de los productos de sus campos." "Y cuando uno de los señores moría, ellos y sus mujeres debían asistir al entierro y proferir lamentos."
Este recuerdo de la situación anterior al movimiento de los mesenios se dirigía a levantar el valor de los héroes espartanos mediante el pensamiento de su triunfo anterior y, al mismo tiempo, atemorizarles con la imagen de la servidumbre que esperaba a los suyos si sus enemigos llegaban a ser vencedores.

Otro de los poemas de Tirteo, que se ha conservado íntegro, comienza así: "Sed dignos descendientes del nunca vencido Heracles, tened valor, Zeus no nos ha vuelto la espalda airado. No temáis la fuerza del enemigo ni huyáis. Conocéis las obras del aflictivo Ares y tenéis experiencia de la guerra. Conocéis la fuga y la persecución."
Con esto trata de levantar a un ejercito abatido y desalentado. Así, la antigua leyenda vio en Tirteo al salvador, enviado por el Apolo deifico, para que guiara a los espartanos en el peligro.

En las elegías de Tirteo pervive la voluntad política que hizo grande a Esparta. Su poesía es la prueba de su fuerza idealizadora, la cual se extendió más allá de la existencia histórica del estado espartano.
Por muy singular y limitada a determinadas circunstancias temporales que haya sido la forma de vida espartana, la idea de Esparta que impregnó la existencia entera de sus ciudadanos e inspiró la vida total de aquel estado, es algo imperecedero, porque se halla profundamente arraigado en la naturaleza humana.
Conserva su verdad y su valor a pesar de que pueda aparecer a la posteridad como una realización unilateral y limitada.
Ya a Platón le pareció unilateral la concepción espartana del ciudadano, sus designios y su educación. Pero reconoció también que la idea política que se halla inmortalizada en los versos de Tirteo, constituía uno de los fundamentos permanentes de toda cultura ciudadana.

Las elegías de Tirteo se hallan impregnadas de un ethos pedagógico de estilo grandioso. Las altas exigencias de patriotismo y voluntad de sacrificio que propone a los ciudadanos se hallaban, sin duda, justificadas por las circunstancias en que fueron formuladas: el grave peligro en que se hallaba Esparta en las guerras mesenias
Pero no hubiera sido admirado en los tiempos posteriores como el testimonio supremo del espíritu ciudadano de Esparta, si no hubieran visto en él impreso el espíritu intemporal del estado espartano.
Las normas que impone al pensamiento y a la acción de los individuos no nacen de la tensión y las exigencias que inevitablemente se siguen de la guerra. Son el fundamento del cosmos espartano en su totalidad.





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Texto extraído de:
 W. Jaeger (2001). Paideia: los ideales de la cultura griega. Fondo de cultura económica México.

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