Danza, poesía y educación
Extracto del análisis de las Leyes de Platón, en cuanto a la importancia de la poesía y la danza en la educación de los ciudadanos, realizado por realizado por Werner Jeager en el libro IV de Paideia: los ideales de la cultura griega.
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La cultura musical de la antigua Hélade eran las danzas y los cantos corales. Es cierto que habían perdido esta función en un mundo intelectualizado y sólo perduraban, sobre todo en Atenas, como modos de producción artística bajo una forma enormemente complicada. Sin embargo, Platón echa de menos en la educación de su tiempo algo que las supla realmente, tan pronto como se pone a pensar en su problema de la temprana formación del ethos.
De este modo, llega en las Leyes al postulado del renacimiento de las antiguas danzas helénicas en corro, como elemento fundamental para la formación infantil.
La infancia no conoce el descanso, desarrolla un movimiento incesante, que no se puede sujetar a un sitio determinado, y sólo puede encauzarse en una determinada dirección. El hombre, a diferencia de otros animales, posee el sentido del orden y el desorden en los movimientos que llamamos ritmo y armonía. He aquí un ejemplo clásico de aquella alegría, que debe ser desarrollada desde muy pronto en el juego, por las manifestaciones certeras y hermosas, la cual constituye el impulso más poderoso para el desarrollo del sentido moral y artístico.
Quien no haya pasado por la escuela del gozo en los movimientos rítmicos y en la armonía de las canciones corales, es un hombre inculto. El hombre cultivado es el que posee el sentido de las bellas danzas. Éste lleva en su alma una pauta certera que le da el sentimiento infalible para lo hermoso y lo feo, en cuyo aspecto Platón concibe como una unidad inseparable lo ética y estéticamente hermoso.
Esta unidad de lo ético y lo estético apenas existía ya en el arte de su tiempo. El filósofo se propone restaurarla con la coréutica, que tiene presente como modelo. Esto presupone una norma absoluta de lo bello. Constituye el más grande de los problemas para el educador, que pretende edificarlo todo sobre esta base artística. Quien vea en la asimilación del ethos de toda la polis y de su juventud a las melodías escuchadas y los ritmos danzados la fuente de toda cultura y de toda educación no puede confiarlo todo, como "hoy" se hace, al capricho individual.
Platón tiende la vista buscando un país en que existan formas hieráticas y fijas del arte, sustraídas a todo afán de innovación y a toda arbitrariedad. Y sólo las encuentra en Egipto, donde el arte carece aparentemente de evolución y conserva con todo rigor un inmenso sentido para la tradición de lo ya consagrado. Desde su punto de vista, el filósofo cree adquirir una nueva comprensión de este estado de cosas - del mismo modo que en otro respecto se entusiasma con la situación de Esparta.
[ En las Leyes, 656 D s. Platón se explica la persistencia de los tipos en el arte egipcio, tanto en las artes plásticas como en la música, como efecto de un acto legislativo, comparable al que él propone ahora en las Leyes, en una época primitiva. El arte egipcio tenía necesariamente que producir a los griegos del siglo IV, gentes de despierta sensibilidad y vida fugaz, la impresión de que no había en él ninguna evolución ni cambio alguno. Las obras de la época antigua no eran ni más hermosas ni más feas que las creaciones artísticas de los tiempos actuales. A Platón lo único que le interesa es la constancia del ideal de belleza. Cierto que en sus palabras apenas se percibe ninguna admiración especial por este ideal egipcio de belleza como tal. ]
El destino del arte depende, según él, del hecho de que sea capaz de mantenerse libre del gusto hedonístico y materialista del público.
Cicerón dice en un pasaje que el refinado gusto del público de Atenas daba la pauta para juzgar de la elevación del nivel artístico en aquel pueblo y atribuye el envilecimiento del arte en otros países a la ausencia de semejante criterio.
Platón ve este problema con ojos muy diferentes, a pesar de vivir en medio de la época y del ambiente que Cicerón ensalza como clásicos. Le parece que el público de su tiempo, preocupado sólo por el goce, es el que echa a perder todo el arte. El verdadero juez en materia de arte —y al decir esto, Platón piensa, indudablemente, en la comisión instituida por el estado ateniense para adjudicar los premios a las mejores obras de arte ejecutadas en público— no debe dejarse guiar por el auditorio, pues esto echaría a perder tanto a los poetas como al público. No debe ser discípulo de éste, sino su maestro. El estruendo de los aplausos de la multitud va asociado a su propia incultura frente al juicio certero y al buen gusto. Ya hemos visto que el único criterio del público para juzgar de una obra de arte es la sensación de goce que le produce. Y si fuese posible definir realmente lo que cada edad de la vida entiende por goce y el género de arte que prefiere, veríamos que cada una elige un tipo de arte distinto. Los niños pondrían por encima de todos los artistas a los encantadores y los adultos no darían tampoco pruebas de poseer un discernimiento más refinado en materia de arte.
Dentro de Grecia sólo existe una tradición firme respecto a la poesía en Creta y en Esparta, donde se reverencia al viejo Tirteo. Sin embargo, como más arriba hemos visto, Platón sostiene que, para poder difundir esta poesía en Atenas, sería necesario modificarla, sustituyendo la valentía como supremo valor por la justicia.
Queriendo ilustrar esto con un ejemplo, Platón elige entre todas las poesías de Tirteo aquella en que se compara la valentía a las demás virtudes del hombre y se le entrega la palma. Y demuestra que, en realidad, no es la bravura heroica, sino la justicia, la virtud que convierte las demás cualidades positivas del hombre en verdaderos bienes y sin la cual éstos carecen de todo valor. Una concepción certera acerca del rango jerárquico entre los distintos bienes humanos constituye la premisa de toda verdadera poesía, puesto que es misión del poeta educar a la juventud.
La poesía y la música son manifestaciones de auténtica paideia, siempre y cuando que se ajusten a este postulado. Este punto de vista encierra, realmente, aun siendo unilateral, una buena parte de la verdad, con tal de que se aplique a la poesía y la música antiguas de Grecia.
Al lector de nuestra exposición no le será difícil comprender lo que Platón quiere decir. El pleito en torno a la suprema areté y el debate sobre los bienes supremos de la vida discurren a lo largo de los siglos a través de la poesía antigua. Con ellos se enlaza, conscientemente, la posición adoptada en las Leyes por Platón. Las odas de los poetas son para él epodos, exhortaciones dirigidas al alma del que las escucha para que, bajo el dulce encanto de la forma, se asimile dócilmente el contenido serio que encierra, como una medicina azucarada.
Platón querría infundir a su ciudad un hambre ardorosa e insaciable de esta clase de alimento. Al fundir en una nueva unidad el goce innato por lo bello con el apetito de lo bueno, no hace, en el fondo, más que demostrar su carácter helénico. Sólo esta unidad puede forjar en una forma permanente las almas de los griegos bajo el fuego de la juventud y del entusiasmo, y hasta los viejos pierden su dureza y su resistencia a ser modelados cuando su ánimo se ve previamente y en la medida necesaria ablandado, derretido y calentado por los dones de Dionisos. Es así como el legislador se convierte en forjador y modelador de almas.
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Texto extraído de: W. Jaeger (2001). Paideia: los ideales de la cultura griega. Fondo de cultura económica México.
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La cultura musical de la antigua Hélade eran las danzas y los cantos corales. Es cierto que habían perdido esta función en un mundo intelectualizado y sólo perduraban, sobre todo en Atenas, como modos de producción artística bajo una forma enormemente complicada. Sin embargo, Platón echa de menos en la educación de su tiempo algo que las supla realmente, tan pronto como se pone a pensar en su problema de la temprana formación del ethos.
De este modo, llega en las Leyes al postulado del renacimiento de las antiguas danzas helénicas en corro, como elemento fundamental para la formación infantil.
La infancia no conoce el descanso, desarrolla un movimiento incesante, que no se puede sujetar a un sitio determinado, y sólo puede encauzarse en una determinada dirección. El hombre, a diferencia de otros animales, posee el sentido del orden y el desorden en los movimientos que llamamos ritmo y armonía. He aquí un ejemplo clásico de aquella alegría, que debe ser desarrollada desde muy pronto en el juego, por las manifestaciones certeras y hermosas, la cual constituye el impulso más poderoso para el desarrollo del sentido moral y artístico.
Quien no haya pasado por la escuela del gozo en los movimientos rítmicos y en la armonía de las canciones corales, es un hombre inculto. El hombre cultivado es el que posee el sentido de las bellas danzas. Éste lleva en su alma una pauta certera que le da el sentimiento infalible para lo hermoso y lo feo, en cuyo aspecto Platón concibe como una unidad inseparable lo ética y estéticamente hermoso.
Esta unidad de lo ético y lo estético apenas existía ya en el arte de su tiempo. El filósofo se propone restaurarla con la coréutica, que tiene presente como modelo. Esto presupone una norma absoluta de lo bello. Constituye el más grande de los problemas para el educador, que pretende edificarlo todo sobre esta base artística. Quien vea en la asimilación del ethos de toda la polis y de su juventud a las melodías escuchadas y los ritmos danzados la fuente de toda cultura y de toda educación no puede confiarlo todo, como "hoy" se hace, al capricho individual.
Platón tiende la vista buscando un país en que existan formas hieráticas y fijas del arte, sustraídas a todo afán de innovación y a toda arbitrariedad. Y sólo las encuentra en Egipto, donde el arte carece aparentemente de evolución y conserva con todo rigor un inmenso sentido para la tradición de lo ya consagrado. Desde su punto de vista, el filósofo cree adquirir una nueva comprensión de este estado de cosas - del mismo modo que en otro respecto se entusiasma con la situación de Esparta.
[ En las Leyes, 656 D s. Platón se explica la persistencia de los tipos en el arte egipcio, tanto en las artes plásticas como en la música, como efecto de un acto legislativo, comparable al que él propone ahora en las Leyes, en una época primitiva. El arte egipcio tenía necesariamente que producir a los griegos del siglo IV, gentes de despierta sensibilidad y vida fugaz, la impresión de que no había en él ninguna evolución ni cambio alguno. Las obras de la época antigua no eran ni más hermosas ni más feas que las creaciones artísticas de los tiempos actuales. A Platón lo único que le interesa es la constancia del ideal de belleza. Cierto que en sus palabras apenas se percibe ninguna admiración especial por este ideal egipcio de belleza como tal. ]
El destino del arte depende, según él, del hecho de que sea capaz de mantenerse libre del gusto hedonístico y materialista del público.
Cicerón dice en un pasaje que el refinado gusto del público de Atenas daba la pauta para juzgar de la elevación del nivel artístico en aquel pueblo y atribuye el envilecimiento del arte en otros países a la ausencia de semejante criterio.
Platón ve este problema con ojos muy diferentes, a pesar de vivir en medio de la época y del ambiente que Cicerón ensalza como clásicos. Le parece que el público de su tiempo, preocupado sólo por el goce, es el que echa a perder todo el arte. El verdadero juez en materia de arte —y al decir esto, Platón piensa, indudablemente, en la comisión instituida por el estado ateniense para adjudicar los premios a las mejores obras de arte ejecutadas en público— no debe dejarse guiar por el auditorio, pues esto echaría a perder tanto a los poetas como al público. No debe ser discípulo de éste, sino su maestro. El estruendo de los aplausos de la multitud va asociado a su propia incultura frente al juicio certero y al buen gusto. Ya hemos visto que el único criterio del público para juzgar de una obra de arte es la sensación de goce que le produce. Y si fuese posible definir realmente lo que cada edad de la vida entiende por goce y el género de arte que prefiere, veríamos que cada una elige un tipo de arte distinto. Los niños pondrían por encima de todos los artistas a los encantadores y los adultos no darían tampoco pruebas de poseer un discernimiento más refinado en materia de arte.
Dentro de Grecia sólo existe una tradición firme respecto a la poesía en Creta y en Esparta, donde se reverencia al viejo Tirteo. Sin embargo, como más arriba hemos visto, Platón sostiene que, para poder difundir esta poesía en Atenas, sería necesario modificarla, sustituyendo la valentía como supremo valor por la justicia.
Queriendo ilustrar esto con un ejemplo, Platón elige entre todas las poesías de Tirteo aquella en que se compara la valentía a las demás virtudes del hombre y se le entrega la palma. Y demuestra que, en realidad, no es la bravura heroica, sino la justicia, la virtud que convierte las demás cualidades positivas del hombre en verdaderos bienes y sin la cual éstos carecen de todo valor. Una concepción certera acerca del rango jerárquico entre los distintos bienes humanos constituye la premisa de toda verdadera poesía, puesto que es misión del poeta educar a la juventud.
La poesía y la música son manifestaciones de auténtica paideia, siempre y cuando que se ajusten a este postulado. Este punto de vista encierra, realmente, aun siendo unilateral, una buena parte de la verdad, con tal de que se aplique a la poesía y la música antiguas de Grecia.
Al lector de nuestra exposición no le será difícil comprender lo que Platón quiere decir. El pleito en torno a la suprema areté y el debate sobre los bienes supremos de la vida discurren a lo largo de los siglos a través de la poesía antigua. Con ellos se enlaza, conscientemente, la posición adoptada en las Leyes por Platón. Las odas de los poetas son para él epodos, exhortaciones dirigidas al alma del que las escucha para que, bajo el dulce encanto de la forma, se asimile dócilmente el contenido serio que encierra, como una medicina azucarada.
Platón querría infundir a su ciudad un hambre ardorosa e insaciable de esta clase de alimento. Al fundir en una nueva unidad el goce innato por lo bello con el apetito de lo bueno, no hace, en el fondo, más que demostrar su carácter helénico. Sólo esta unidad puede forjar en una forma permanente las almas de los griegos bajo el fuego de la juventud y del entusiasmo, y hasta los viejos pierden su dureza y su resistencia a ser modelados cuando su ánimo se ve previamente y en la medida necesaria ablandado, derretido y calentado por los dones de Dionisos. Es así como el legislador se convierte en forjador y modelador de almas.
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Texto extraído de: W. Jaeger (2001). Paideia: los ideales de la cultura griega. Fondo de cultura económica México.
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