La dialéctica o la teoría de las ideas

Se puede decir mucho sobre Platón y sobre su obra. El siguiente texto, extraído del libro Fundamentos de la filosofía griega de Eduard Zeller, me parece que proporciona una buena acotación general sobre su teoría de las ideas.

Sobre el trabajo de Platón encontré también muy interesantes los análisis de sus diálogos que realiza Wermer Jeager en Paideia: los ideales de la cultura griega - de los cuales he compartido algunos extractos en el blog.
En relación a la última referencia que se hace en este texto sobre la influencia del pitagorismo en la obra de Platón, me parece necesario tener también en cuenta análisis más profundos sobre esta escuela; como por ejemplo el que se incluye en el libro La metafísica presocrática de Gustavo Bueno y que puede consultarse en el siguiente enlace: http://www.fgbueno.es/med/dig/gb74mp2.pdf

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La dialéctica es en su origen, como su nombre lo indica, el arte de conducir una discusión, esto es, el arte de desarrollar el conocimiento científico mediante preguntas y respuestas y, por fin, el arte de captar conceptualmente lo que es Fedro.
Así, en Platón, la dialéctica se convierte en una teoría de la ciencia, el medio de conocer la verdadera realidad de las cosas. Sócrates había buscado el bien, pero jamás resolvió el problema. Platón también, al principio, se ocupó de las cuestiones éticas de las virtudes separadas, estudio que lo llevó a reconocer la unidad del Bien. Si entonces el Bien es objeto del conocimiento, debe ser elevado sobre la esfera de la opinión subjetiva; tiene que haber algo definitivo, real e inmutable.
Esto es igualmente cierto del Bien y de toda cosa que debe ser objeto del conocimiento. En virtud de tal principio el mundo heraclíteo del devenir y del parecer, con su eterna mutabilidad, no puede ser objeto del conocer. Tiene que haber otro mundo que como el ser de Parménides, satisfaga las exigencias de permanencia y duración sin las cuales no puede haber conocimiento.
El primero es el mundo de la percepción sensible; el último, el del pensamiento. El pensar fija su atención no en lo que es peculiar, en las cosas, sino en lo general, lo que es común a todas y que pertenece a una clase de ser. Así no es lo particular en cada cosa separada lo permanente y esencial sino aquello que ella posee en común con las otras de su clase.
Esta cualidad común, que desde Aristóteles llamamos el concepto, fue designada idea por Platón: “Suponemos que una idea existe cuando damos el mismo nombre a muchas cosas separadas”.
En la matemática se ve con mayor claridad el sentido que se adjudicaba a la forma de las cosas. La figura del cuadrado, por ejemplo, es fijada de una vez para siempre, no importa cuántos modelos individuales de aquél puedan existir. Todas estas figuras individuales son sólo cuadrados en tanto la forma del cuadrado está presente allí o participa en ella. Lo restante sobre tales figuras es insignificante para la idea del cuadrado.
Las figuras empíricas de la geometría pertenecen, en consecuencia, al mundo de los sentidos. De este modo, la matemática ocupa una posición media entre el mundo de los sentidos y el de la realidad.
De aquí que para Platón la naturaleza no sensible de las cosas sea la verdadera realidad, que debe ser distinguida de sus fenómenos sensoriales. Las ideas son para él no simples objetos del pensamiento —como creía Antistenes— sino realidades. Hay ideas de todo lo imaginable: de las cosas, de las cualidades, de las relaciones y actividades, de las cosas naturales, de los productos del arte, de las cosas valiosas, de las malas y de las indignas. Las ideas forman un mundo que existe por sí mismo, es eterno e inmutable y sólo puede ser aprehendido por el pensamiento.
Este orden puro e independiente tiene su morada en un lugar supercelestial, donde el alma las ha percibido en su preexistencia. Todo aprendizaje y conocimiento consiste en el recuerdo, por parte del alma, de las ideas cuando ella percibe las cosas de los sentidos. Los objetos concretos sensiblemente percibidos son simples imágenes borrosas del brillante mundo de las ideas, punto de vista que halla expresión clara y enfática en el célebre mito de la caverna, en el comienzo del séptimo libro de La República.

En la filosofía de Platón las ideas tienen un significado triple: ontológico, teleológico y lógico.
Ontológicamente ellas representan el ser real, el ser en sí. Cada cosa es lo que es a través de la presencia de la idea en ella o merced a la participación en la idea. Así las ideas que constituyen lo uno se bailan en oposición a lo múltiple; esto último es cambiable; lo uno, empero, se mantiene idéntico siempre a sí mismo. Las ideas poseen, además, un sentido teleológico o paradigmático. Todo devenir, incluyendo la conducta humana, tiene su fin y tiende al ser.
Estos fines sólo pueden consistir en la realización de aquello en qué el pensamiento reconoce los modelos inmutables y primarios de las cosas. Como tales las ideas son iguales a la imagen ideal en la cabeza del artista, a la que éste se empeña en darle forma material.
En este nivel las ideas encierran también el significado de causas y fuerzas impulsoras que convierten los objetos del mundo en lo que son. En su aspecto lógico las ideas nos capacitan para ordenar el caos de los seres individuales, para reconocer lo semejante y distinguir lo desemejante, y aprehender lo uno en lo múltiple.
Estos tres aspectos no son, de ninguna manera, de igual importancia para Platón. En sus últimas obras el lado lógico asume gradualmente precedencia, sin que los otros dos, y en particular el ontológico, sean jamás abandonados.

Esto se halla relacionado con una serie de problemas que surgieron en el curso del tiempo, parcialmente a causa de sus exámenes críticos de otros movimientos filosóficos.
El desarrollo de su pensamiento no conduce del concepto a la idea sino más y más de la idea al concepto. El primero de estos problemas es el de la existencia absoluta de las ideas, que no ofrecía dificultades si éstos se referían simplemente a las ideas morales, pero que llevaba a la reduplicación del mundo cuando fueron postuladas ideas de todas las cosas.
Éste es el obstáculo que Aristóteles en su crítica de la teoría de las ideas llamaba el problema del tercer hombre. Si dos cosas particulares deben su similaridad a una idea ¿A qué debemos atribuir la semejanza entre la idea y ambos objetos? Esto lleva a un regressus in infinitum.
Además, si las ideas están separadas de las cosas ¿Cómo pueden éstas participar en ellas?
El segundo problema es el de lo uno y lo múltiple. Cuando una idea en el sentido paradigmático de una doctrina ética, mediante su extensión a todas las cosas, se torna insostenible y viene a tener sólo el significado de lo general, surge la pregunta: ¿Cómo puede estar una idea en muchas cosas que participan en ella?
Con esto se encuentra vinculado el tercer problema, el de la metexis (participación). El caso sólo es posible cuando a la vez lo uno puede ser múltiple y lo múltiple uno. Finalmente, la extensión de la teoría de las ideas a todas las cosas coloca el problema de la apariencia y la realidad ante una nueva luz. Mientras en el período en que el filósofo se preocupaba por la ética, las cosas conocidas a priori eran el territorio propio de la teoría de las ideas, resultaba ahora un problema de la relación de los objetos sensiblemente perceptibles con las ideas y de las relaciones de las percepciones sensibles con el conocimiento. El diálogo siguiente está dedicado a superar las dificultades que planteó el Parménides.
En el Teeteto, que ignora la teoría de las ideas, y no hace referencia ni a la doctrina del recuerdo ni a la idea del Bien, que en La República es la base de todo ser y conocimiento, la consideración de los objetos empíricos impulsó a Platón a introducir un cambio en su método de aproximación. Este nuevo método, por el cual Platón buscaba aprehender mentalmente la totalidad de las cosas, y que utilizó por primera vez en el Sofista junto con la nueva forma, de diálogo, constituye la diáeresis o análisis de las ideas.
Mediante este método dialéctico de análisis y síntesis que termina al fin en la combinación de varios predicados en la idea-sujeto —en oposición a Antístenes que sostenía que sólo eran posibles los juicios idénticos— la teoría de las ideas adquiere cada vez más un carácter lógico y gnoseológico.
Platón lo aplica ahora al problema de la percepción sensible, la que no tenía cabida en el tratamiento de los temas éticos, y con está exigencia de su teoría, según la cual un objeto sólo puede ser aprehendido científicamente por el pensamiento, se convirtió en el fundador de la ciencia.
En esta supraordenación y subordinación de los conceptos que el método hace posible, el vértice de la pirámide está formado por el ser, el concepto que abraza e incluye a todas las otras clases. Platón, en verdad, nunca consideró el ser como un mero concepto. Tal es el sesgo que determina el contenido metafísico de esta nueva forma de la teoría de las ideas.
Él logró colmar al hiato entre el mundo supersensible de las ideas y el de los sentidos al establecer una relación distinta para ambos sin la cual el conocimiento de la realidad sería imposible.
En la última etapa de la filosofía de Platón su dialéctica sufrió otra modificación. Así como el cambio a partir de las posiciones socráticas hacia un dualismo metafísico indica la influencia definida del pitagorismo, tal influencia se renovó en su ancianidad.

Ahora buscaba combinar el dogma principal de los pitagóricos —la esencia de las cosas está constituida por el número— con su propia teoría de las ideas. El Filebo, en el que los opuestos pitagóricos, tales como el Límite y lo Ilimitado, lo Uno y lo Múltiple ya aparecen, representa la transición a esta forma final de la metafísica platónica.
Platón define ahora las ideas como números. Difiere, sin embargo, de los pitagóricos en que éstos consideraban el ser como imitación de los números, mientras que Platón hacía uso de la relación o metexis. Buscaba, pues, el origen de las ideas y lo encontró en lo Uno como la fuente, al que se opone la Diada con su doble tarea de multiplicación y división, duplicación y bisección.
El número es el límite; la multiplicidad lo ilimitado; es también llamada “lo grande y lo pequeño” porque ésta no tiene límites hacia arriba ni hacia abajo. Aquí lo Uno aparece como el cosmos, cuya división termina en lo indivisible, el tipo, indivisible o forma. Éste es el punto de contacto entre Platón y su antítesis, Demócrito, cuyas teorías son examinadas en el Timeo.
El problema capital de la posterior filosofía platónica es saber cómo se ha desarrollado el mundo sensible a partir de las ideas o números. El tema se discute según los presupuestos platónicos en el Eptnomis. Esta cuestión también constituye el contenido del escrito Sobre el Bien que se ha perdido.
La idea del Bien es asimismo compartida en esta última transformación de la filosofía platónica. En La República se lo compara con el sol, como la suprema fuente de todo ser y conocimiento y al mismo tiempo el objeto final del mundo; el conocimiento de este Bien es “la ciencia más excelsa”.
Esta suprema idea y su conocimiento asumen un carácter matemático. Es lo uno, la mónada, el fundamento esencial de todo ser; la aritmética se convierte en la “más grande y primera ciencia”: el conocimiento “de la total generación y poder de lo justo y lo injusto con respecto al devenir natural del ser”.
La mente es identificada con el uno, la ciencia con el dos, la opinión con el tres, y la percepción con el cuatro. A estos principios del conocimiento corresponden los elementos del objeto del conocimiento (el objeto individual, él mundo), es decir: el punto, la línea, la superficie y el sólido.
Es necesario agregar a esto la idea de la combinación de lo mental y lo corpóreo, que lleva al concepto del mundo como estructura graduada.
Esta idea del Bien fue identificada por Platón con Dios en sus primeras y últimas formas.


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Texto extraído de:
Eduard Zeller (1968). Fundamentos de la filosofía griega. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Siglo Veinte

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