La ética platónica - Extracto

Sigo buscando ampliar mi información sobre la obra de Platón, así que añado a continuación otro extracto del libro Fundamentos de la filosofía griega de Eduard Zeller.
De nuevo, para completar este texto, me parecen fundamentales los análisis de los diálogos platónicos de Wermer Jeager en el libro Paideia: los ideales de la cultura griega.

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En su llamado período socrático Platón, tras la búsqueda del Bien, fue llevado a reconocer su unidad, de modo que los nombres de las diferentes virtudes le parecen ser simplemente otros tantos términos para una y la misma actitud moral. Al mismo tiempo se adhirió a un determinismo gnoseológico que hizo depender la conducta del hombre de su conocimiento de los valores morales.
Desde este punto de vista el mal se presenta como un error que puede ser eliminado por la educación. Esto es lo que, en general, se ha entendido como la doctrina platónica sobre la posibilidad de enseñar la virtud.
Esta teoría, que el filósofo mantuvo hasta la época de la composición del Protágoras, es silenciosamente abandonada en el Gorgias. Aquí, el mal ya no es más un error sino una enfermedad del alma que debe ser curada por una ciencia correspondiente a la medicina. Ésta no es otra que la filosofía.
El medio que ella utiliza para curar las enfermedades del alma no es la instrucción sino el castigo. No hay mayor desdicha para el hombre que cometer un mal y que éste quede impune, porque entonces se le priva de la única posibilidad de mejorarse. La causa de este cambio de doctrina es su adopción de la psicología dualista de los pitagóricos que halla cabida en el mito del final del diálogo.
Es sólo una concesión transitoria a las creencias populares, y sin importancia para las ideas capitales de Platón, cuando éste, en el Menón admite que las nociones correctas pueden conducir a la virtud, lo que constituye nada más que una etapa preliminar hacia la verdadera virtud según la entiende el filósofo.
La teoría de los temperamentos éticos, asimismo, elaborada en La República es de significado menor.)Supone cuatro virtudes básicas: la sabiduría, el coraje, la prudencia y la justicia, siendo la función de esta última preservar la correcta proporción entre las otras tres, que corresponden a las tres partes del alma.
Desde el Gorgias en adelante la ética de Platón.se torna estrictamente dualista; es decir, lo corpóreo con sus necesidades concretas y sus deseos es la causa de todas las miserias y males; los bienes terrenos, incluyendo la vida, carecen de valor y en determinadas circunstancias resultan obstáculos para la ascensión del alma hacia el bien —semejante a Dios— que en el otro mundo es el único criterio valedero; el alma en su esencial naturaleza pertenece al dominio suprasensible y puede encontrar su auténtica y completa bienaventuranza sólo en la exaltación a ese mundo y el retorno a su origen.
La concepción órfico-pitagórica del cuerpo como prisión y tumba del alma, como una culpa que la mancha, encuentra su más poderosa expresión en el Fedón, donde la "exacta filosofía” es definida a la manera de una práctica en el sufrimiento y la muerte, un impulso en pos de la muerte.
Sólo mediante esfuerzos sistemáticos a lo largo de esta vida y finalmente en la muerte para separarse de la envoltura corpórea que le ha sido impuesta, puede el alma reconquistar su pureza original y el conocimiento de la verdad.
Éstas han sido, en lo fundamental, las opiniones permanentes de Platón a lo largo de toda su vida, si bien ellas no han sido siempre expresadas con la misma claridad. El mundo visible puede muy bien ser una copia de las ideas eternas y perfectas, pero resulta una imitación confusa y defectuosa. La belleza terrena, sin embargo, de acuerdo con el Simposio, puede convertirse en el impulso que estimula al alma a remontarse sobre las alas de Eros para conocer lo bello en sí. A pesar de esto la teoría de los valores, condicionada como estaba por su metafísica dualista antihelénica, colocó a Platón en una posición antagónica frente a los fundamentos básicos y esenciales de la cultura griega.
Platón fue uno de esos raros caracteres que aceptan de buena fe su convicción sobre la inmortalidad del alma. Resultaba inevitable que los bienes de esta vida palideciesen frente a la gloria del más allá. Su escasa estima por la existencia terrena y todas las cosas mundanas aparecía absolutamente extraña al espíritu griego. La introducción de la gimnasia en La República no debe engañarnos en este punto. Estaba destinada en primer término a promover el desarrollo armonioso del alma, a curtir el cuerpo y aumentar su poder de resistencia contra los deseos y las pasiones de los sentidos.
Antihelénico es a la vez su rechazo de toda política en el concepto tradicional. Los grandes estadistas atenienses y las medidas qué tomaban en defensa de su ciudad son condenados como "farsa y disparate”. N o menos adverso a la modalidad griega es el juicio formulado sobre la poesía excepto en cuanto ella sirve a fines religiosos y éticos, y se aplica tanto a la epopeya homérica como a la tragedia luego de una larga lucha interna.
Una buena parte de la música y de todo arte de imitación queda sometida a su censura, puesto que está dirigida sólo a divertir, es decir, al placer en lugar de conducir a los hombres hacia el bien. Las artes representativas son incluidas en su condena, pues ellas sólo modelan sombras de sombras y se hallan tan lejos de la verdad como la poesía. Los defectos que Platón descubre en estas artes imitativas son, en primer término, la falta de mérito de su contenido, el mundo material, y en segundo lugar, el hecho de que provocan impulsos, sentimientos y pasiones que es precisamente tarea de la razón reprimir.
Por supuesto Platón está demasiado inmerso en el espíritu helénico como para admitir de lleno el ascetismo en su filosofía o caer en un cínico repudio de la cultura, tendencia que de manera explícita desaprueba. Pero sus esfuerzos para colocar a la civilización sobre bases morales poseen un acento muy sincero. En cumplimiento de este fin se vio precisado a rechazar aquellas convenciones que el sentido común considera valiosas.

El aspecto positivo del designio supremo de Platón es la posesión del bien o la felicidad. Este anhelo consiste, por cierto, en obrar justamente, lo que como tal se acompaña con un sentimiento de placer. Ése es el estado de armonía del alma, un orden moral e intelectual interno que se corresponde con el orden del mundo externo. Es la belleza y la salud del alma, la supremacía de la parte divina en el hombre sobre los impulsos inferiores. La íntegra constitución moral del hombre cuando ésta alcanza su grado supremo es llamada por Platón justicia.
El filósofo traza un cuadro del hombre justo ideal quien no duda de la rectitud de sus principios aunque tenga que sufrir la muerte infamante del patíbulo, mientras que el malvado triunfa con sus perversos medios.
La ética platónica, lo mismo que la socrática, se basa absolutamente en la autonomía de la razón y se halla así por completo independiente de la religión, por lo menos de la forma religiosa que era corriente en la época.
Corrige, en efecto, la religión, a la manera de Jenófanes y Heráclito, al eliminar de la idea de los dioses sus elementos antropopáticos impuros. Sin embargo, la ética de Platón se basa sobre una religión, la suya propia.
Ésta consiste en un monoteísmo filosófico que identifica a Dios con la idea del Bien, la creencia en la providencia con la convicción de qué el mundo es producto de la razón y copia del mundo de las ideas, y ve su culto de Dios en la virtud y el conocimiento.
El Bien es para Platón algo absoluto y en este sentido él contesta la sentencia de Protágoras de que el hombre es la medida de todas las cosas con la suya, según la cuál “Dios es para nosotros la medida de todas las cosas”. La suprema misión en la vida del hombre consiste en esforzarse con toda su energía para conquistar una perfección similar a la divina. En sus últimas obras ataca el ateísmo en sus variadas formas y presenta una teodicea completa. Sus creencias religiosas se tomaron más conservadoras a medida que envejecía. Consideró las estrellas como dioses visibles y atribuyó a las divinidades populares cierto valor pedagógico. No sin pesar descubrimos que el autor de la Apología exige en su ancianidad la pena de muerte para los ateos incorregibles.


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Texto extraído de:
Eduard Zeller (1968). Fundamentos de la filosofía griega. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Siglo Veinte

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