La prudencia como virtud aristotélica

Extracto del análisis de la ética y de las virtudes aristotélicas, realizado por Victoria Camps en el libro La aventura de la moralidad (paradigmas, fronteras y problemas de la ética).

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Las virtudes aristotélicas se clasifican en dos grandes tipos: las virtudes éticas y las virtudes dianoéticas.
La clasificación es consecuencia del rechazo de su autor de una concepción puramente intelectual de la virtud, así como de la convicción de que la vida virtuosa, propia de la existencia humana, no consiste en una actividad exclusivamente racional, sino también sensitiva, que tiene que ver -diríamos hoy- con las emociones y no sólo con la razón. Así, las virtudes éticas se originan mayormente por la costumbre, por los hábitos, y son las que más directamente contribuyen a formar el carácter de la persona.
Ser virtuoso no consiste en realizar de vez en cuando un acto virtuoso, sino en serlo, durante toda la vida. Así, podemos decir que es valiente o que es justo el que está habituado a serlo, el que está dispuesto a actuar con valentía o con justicia siempre que la vida se lo pide, porque ha conseguido forjarse un carácter valiente, justo o moderado.
Partimos, así, del supuesto de que las virtudes no son <<naturales>>, esto es, no las tenemos <<por naturaleza>>, sino que se adquieren por costumbre. La ética, dicho de otra forma, no trata de lo que es irremediablemente como es y no puede cambiar, sino <<de lo que puede ser de otra manera>>.
La virtud radica en la capacidad de adquirir buenas o malas costumbres que acabarán moldeando y conformando nuestro carácter.

A diferencia de las otras virtudes -la justicia, la fortaleza y la templanza, que son virtudes éticas-, la prudencia (la phrónesis) es una de las virtudes dianoéticas o intelectuales (junto con la sabiduría o la contemplación).
Las virtudes dianoéticas no se adquieren por la costumbre, como ocurría con las virtudes éticas, sino por la enseñanza. Ahora bien, una enseñanza, en este caso, no exclusivamente teorética, sino derivada también de la experiencia. El hombre prudente -el phrónimós- es el heredero del rey filósofo que buscaba Platón, si bien en este caso su saber no es sólo el saber de las ideas: el prudente es aquel que sabe juzgar rectamente, tomar la decisión justa, aprovechar el momento oportuno (el kairos), hacer lo que conviene en cada caso. Dicho de otra forma: el que a fuerza de intentar ser virtuoso acaba siéndolo.
No existe una definición general que permita identificar al prudente: existen casos, ejemplos de hombres prudentes, como lo fue, por encima de todos, Pericles. Es prudente el buen político, como lo es el buen juez o el buen médico, el que sabe aplicar adecuada y justamente los conocimientos propios de su actividad.
También la actuación prudente (el phronein) está relacionada con la práctica médica y los principios que la orientan, recogidos por la literatura hipocrática, pues consiste en pensar sanamente y no patológicamente.
Sea como sea, la prudencia constituye la síntesis de todas las virtudes, pues consiste en esa <<regla>> que manda buscar la medida y el término medio, y que se encuentra personificada en el hombre prudente. Hasta el punto de que la definición general de virtud que nos da Aristóteles en la Ética a Nicómaco no puede evitar la referencia al ejemplo del prudente: <<La virtud es un modo de ser selectivo, siendo un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo que decidiría el hombre prudente>>.
En esta definición están todos los rasgos que, según venimos viendo, caracterizan a la virtud aristotélica:
1) <<un modo de ser selectivo>> porque la elección del término depende de las situaciones que nunca son iguales (la mejor dieta no es la misma para el atleta que para el que no lo es).
2) <<término medio relativo a nosotros>> porque es a cada uno a quien corresponde determinar dónde está para él y en su caso el término medio.
3) <<determinado por la razón>> que actúa sobre el deseo y rectifica los excesos o defectos derivados del mismo.
4) <<y por aquello que decidiría el hombre prudente>> como referencia última que nos permite determinar o identificar la conducta virtuosa.

En el libro sobre La prudencia en Aristóteles, el filósofo Pierre Aubenque explica cómo la ética centrada en la prudencia es una ética consciente de la contingencia y el azar que embargan irremediablemente la existencia humana. A diferencia de los dioses que conocen y dominan el destino y viven en un mundo de necesidad y perfección, los humanos desconocen el orden perfecto y no tiene más remedio que arriesgar elecciones y cargar con sus consecuencias.
Los dioses no se equivocan, sólo pueden hacer el bien, están más allá de la virtud. Pero la vida humana no es así. Por eso necesitamos de la ética: porque tenemos que elegir aquello que puede ser de varias maneras porque depende de nosotros. La ética sustituye a eso que luego se llamará la <<providencia>> divina, una facultad que no les ha sido dada a los humanos. La prudencia nos habla, en definitiva, de una ética trágica, que carece de garantías y de respuestas prefabricadas.


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Texto extraído de:
Victoria Camps, (2019). La ética griega: Aristóteles. En Carlos Gómez y Javier Muguerza (eds.) (2019). La aventura de la moralidad (paradigmas, fronteras y problemas de la ética). Madrid, España: Alianza Editorial

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