Retórica, el arte de la escritura y Platón

Extracto de la postura de Platón en cuanto a la escritura y su relación con la retórica y la dialéctica, realizado por Werner Jeager en el libro IV de Paideia: los ideales de la cultura griega.

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Platón se muestra muy propicio a reconocer el arte de la escritura de los retóricos profesionales. Pero no por el hecho de ser una invención genial debe considerarse como grata a Dios. El mito de la invención del arte de la escritura, es decir, de los signos escritos, por el dios egipcio Toth, sirve para esclarecer esto.
Cuando el dios acudió con su nuevo descubrimiento a Thamos de Tebas, jactándose de brindar al hombre un recurso salvador para su memoria y, por tanto, para su saber, Thamos le contestó que la invención de la escritura serviría, por el contrario, para descuidar la memoria y llevar el olvido a las almas, pues los hombres se confiarían a lo escrito, en vez de grabar el recuerdo vivo en sus propias almas. Y de este modo se cultivaría una falsa sabiduría en vez de un verdadero saber.

Toda la grandeza de Platón se revela en esta posición soberana que adopta ante la palabra escrita, posición que le afecta tanto a él, en sus actividades de creación literaria, como a la producción de los retóricos. Si, después de conocer el texto del Fedro pudiésemos abrigar aún la menor duda de que, en esta parte final del diálogo, Platón se debate tanto consigo mismo como con los demás, no tendríamos más que leer la Carta séptima, la cual nos demuestra inequívocamente que su autor tiene la conciencia plena de toda la problemática que supone siempre la plasmación del pensamiento por medio de la palabra escrita.
Ciertas exposiciones de su teoría por personas incompetentes le dan motivo para formular la paradójica declaración de que ni él mismo ha encontrado posible exponer su teoría, razón por la cual no existe una filosofía Platónica escrita. La posición paralela adoptada en el Fedro se ha relacionado desde muy pronto con la forma Platónica de los escritos filosóficos, o sea con el diálogo socrático, viendo en ella una razón fundamental para considerar esta obra como una manifestación programática. En realidad es difícil imaginarse que el Platón de la primera época, con este escepticismo ante la palabra escrita, pudiese acometer su gigantesca obra de escritor. En cambio, a posteriori podría uno explicarse psicológicamente esa actitud ante la obra ya realizada, como un medio para preservar su libertad aun frente a la propia obra escrita.
Movido por este estado de espíritu de sus años posteriores, Platón se inclina, en el Fedro, a no reconocer más que un valor escaso al arte de la escritura, aun considerado en su elevado sentido retórico. Sus productos caen en todas las manos, lo mismo en manos de quienes los comprenden que en las de gente carente de comprensión, y la palabra escrita es incapaz de explicarse o defenderse cuando es injustamente atacada. Necesita de otro, como abogado.
La verdadera escritura es la que se graba en el alma del que aprende, pues ésta sí tiene la fuerza necesaria para acudir en su propio auxilio. El único provecho de lo escrito, de lo estampado con tinta, es que recuerda lo que ya se sabe. Mientras que la retórica de la época se orienta cada vez más hacia el arte de la escritura y el "discurso gráfico", Platón funda la superioridad educativa de la dialéctica filosófica sobre ella en el hecho de que se dirige directamente al espíritu y lo forma.
Los sofistas habían comparado la cultura con el cultivo de la tierra, símil que recoge Platón. Quien se interese por la verdadera simiente y quiera verla convertida en fruto, no plantará un jardincillo de Adonis ni se alegrará viendo brotar a los ocho días lo sembrado, sino que encontrará goce en el arte de la verdadera agricultura y se alegrará al ver cómo su simiente da fruto a los ocho meses de trabajo constante y esforzado. Las imágenes de la siembra y la plantación son aplicadas por Platón a la formación dialéctica del espíritu. Quien se interese por la verdadera cultura del espíritu, no se contentará con los escasos frutos tempranos, cultivados como jugando en el huerto retórico, sino que tendrá la paciencia necesaria para dejar que maduren los frutos de la auténtica cultura filosófica del espíritu.
Conocemos esta defensa de la cultura filosófica por la República y el Teeteto; su premisa es el postulado del "largo rodeo", y tiene su importancia ver cómo Platón retorna siempre de nuevo a él. La siembra de la paideia Platónica sólo puede brotar, como dice la Carta séptima, en un régimen de larga convivencia y no en unos cuantos semestres de enseñanza escolar. A demostrar que esta debilidad ——pues así la consideraban los adversarios—— constituía en rigor su verdadera fuerza, se encaminaba aquí como siempre el esfuerzo de Platón. Pero esta fuerza sólo podía desplegarse en unos pocos hombres selectos. Para la masa de la gente "culta", el camino ancho y más cómodo era el de la retórica.


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Texto extraído de:  W. Jaeger (2001). Paideia: los ideales de la cultura griega. Fondo de cultura económica México.

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