La ética aristotélica - Extracto
Incluyo a continuación un nuevo extracto del libro Fundamentos de la filosofía griega de Eduard Zeller, para complementar entradas anteriores sobre la ética de Aristóteles.
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En la Ética a Nicómaco Aristóteles dio forma definitiva a sus opiniones sobre la moral. Ellas representan un rompimiento completo con el dualismo platónico que aún había dominado su Protréptico, mientras que el punto de vista de la Ética a Eudemo, con su concepto de meditación como contemplación de los primeros principios divinos, que también proveen las normas para la ética, es abandonado.
Aristóteles se detiene en la vida real y analiza la naturaleza moral del hombre con el propósito de incluir las partes irracionales del alma dentro del proceso de la perfección moral. Ésta, sin embargo, no se deriva de un principio trascendente (como Platón) sino de la esencia del hombre mismo.
El fin de toda actividad humana en general es la felicidad (y ningún autor griego sobre el tema dudó jamás de ello), pues se trata de aquello que es deseado sólo por sí mismo y no en razón de algo extraño. Pero Aristóteles descubre el criterio según el cual las condiciones de la felicidad son determinadas no por el sentimiento subjetivo sino por el carácter objetivo de las actividades del espíritu.
La eudaimonía consiste en la belleza y perfección del ser en cuanto tal. El placer que el individuo extrae de esta perfección es sólo una consecuencia de ella; no es ni su fin último ni la medida de su valor. El bien para cada ser viviente es la perfección de su actividad; así para el hombre, como Aristóteles explica en detalle, el bien depende sólo de la perfección de la peculiar actividad humana. Ésta es la actividad de la razón y tal actividad racional en cuanto se corresponde con sus tareas, es la virtud. De aquí que la felicidad del hombre como tal consiste en la virtud. Entonces si dos clases de actividad racional y dos series de virtudes deben distinguirse, es decir, la teorética y la práctica, la más valiosa es la científica o la pura actividad del pensamiento mientras que la actividad práctica o virtud ética es el segundo constituyente esencial de la felicidad.
A éstas hay que hacer posteriores agregados. La felicidad requiere madurez y plenitud de vida.
Un niño no puede ser feliz porque aún es incapaz de ninguna actividad perfecta. La pobreza, la enfermedad y la desgracia perturban la felicidad e impiden a la actividad virtuosa los medios que aseguran la riqueza, el poder y la influencia. El amor para los jóvenes, las relaciones dé amistad, la salud, la belleza y la noble cuna son valiosos en sí. Mas el elemento positivo y constitutivo de la felicidad es sólo la excelencia interior, de la cual los bienes externos y materiales son meras condiciones negativas (como en la naturaleza las causas materiales respecto de las finales). Aun la más extrema desdicha no puede convertir a un hombre virtuoso en miserable, sí bien aquélla logra interponerse en el camino de su felicidad.
Así el placer no forma una parte autónoma del bien supremo en el sentido de que pueda constituirse en el fin de nuestras acciones; porque si es el resultado natural de cada actividad completa y, en consecuencia, inseparable de ésta, y aunque no merece el reproche que Platón y Espeusipo han formulado contra él, su valor depende, empero, absolutamente de la actividad de la cual surge. El placer es el acabamiento de toda actividad, su inmediata consecuencia. Virtuoso es aquel que sólo se contenta con la perfección del bien y de lo bello sin otra añadidura y que alegremente sacrifica toda otra cosa para obtener esta satisfacción.
De las cualidades sobre las cuales depende la felicidad, los méritos del pensamiento y la voluntad, las virtudes dianoéticas y éticas, estas últimas forman realmente el tema de la ética.
El concepto de virtud ética está determinado por tres características; es una cualidad de la voluntad que posee el justo medio adecuado a nuestra naturaleza según la determinación racional que ha de ser fijada por el sabio (Estas determinaciones se indican, en general, en la Ética a Nicómaco). Aristóteles extrajo este concepto del justo medio, en parte, de la antigua ética popular griega de la moderación, y en parte, quizá de las teorías dietéticas y terapéuticas de los médicos hipocráticos.
1. Todas las virtudes tienen su fundamento en ciertas disposiciones naturales; pero ellas sólo devienen virtudes en el real sentido cuando son guiadas por la inteligencia. Por otra parte, la virtud ética reside esencialmente en la voluntad. Cuando Sócrates la atribuye al conocimiento pasa por alto el hecho de que no es un problema de conocimiento de las leyes morales sino de su aplicación; se trata del control de las emociones por la razón, donde la libre decisión es dejada a la voluntad.
Aristóteles procede luego a examinar con grandes detalles los conceptos que denotan las diversas formas de la determinación por la voluntad, las de la volición, la deliberación, etc. Está determinación por la voluntad sólo puede, sin embargo, devenir virtud cuando adquiere una propiedad duradera, cuando alcanza una sólida disposición mental, tal como únicamente se encuentra en los hombres de edad madura.
2. Considerada de acuerdo con su contenido la voluntad es moral cuando mantiene el justo medio entre el exceso y el defecto; este medio queda determinado por la característica del agente, pues lo que es correcto para uno puede ser demasiado o muy poco para otro.
Cada virtud es, en consecuencia, un medio entre dos errores, entre los cuales oscila. Aristóteles ilustra esto con ejemplos de virtudes individúales, tales como el coraje, él dominio de sí, la generosidad, etc., sin intentar, empero, como Platón, derivar sus virtudes esenciales de un principio definido. Sus observaciones y análisis del real comportamiento de los hombres lo llevan á formular interesantes y vividos bosquejos de tipos caracterológicos, tales como su discípulo Teofrasto los elaboró en sus Caracteres.
Concede la mayor atención al tratamiento de la principal virtud política, la justicia, y le dedica todo el quinto libro de su ética, que se consideró hasta después de la Edad Media como la base del derecho natural.
Tarea de la justicia, según él pensaba, era la correcta distribución de las recompensas y los castigos; distingue, además, entre derecho privado y público a los que corresponde la justicia distributiva y la correctiva (o mejor, directiva). La primera debe distribuir de acuerdo con el mérito los honores y recompensas que la comunidad otorga a los individuos; la segunda vigila que en los contratos voluntarios se mantenga un equilibrio entre los beneficios y las pérdidas de cada contratante, y en los contratos obligatorios el castigo es proporcionado al delito. Para la primera —como observa curiosamente Aristóteles— vale el principio de la proporción geométrica y para la segunda, el de la proporción aritmética.
El derecho en sentido estricto, el derecho político, que debe ser distinguido del derecho paterno, doméstico y de los esclavos, se aplica sólo entre hombres libres e iguales. Se debe dividir en derecho natural y convencional. Mediante la corrección del segundo por el primero llegamos a la equidad.
3. ¿Quién debe determinar, en un caso dado, dónde reside el justo medio? Esto, expresa Aristóteles, corresponde a la frónesis, es decir, al intelecto práctico, que se diferencia de las virtudes dianoéticas por su relación con la voluntad; pues algunas de éstas se refieren sólo a lo necesario, como el nous, la episteme y la sofia, que es una combinación de estas dos, mientras que otras tales como la techne se relacionan, en efecto, con lo contingente y tienen por designio la producción, no sus fines.
Aristóteles distingue entre las virtudes y los vicios en sentido real, esto es, las cualidades justas v perversas de la voluntad y aquellas condiciones que se deben no tanto a la tendencia habitual de la voluntad como a su fortaleza o debilidad en relación con las emociones; por una parte la moderación y la resistencia y por otra la intemperancia y la molicie.
Finalmente en los libros sobre el amor y la amistad, llenos de ricas v delicadas observaciones y a cuidas consideraciones, se ocupa del nexo moral en el que hallan expresión los conceptos según los cuales el hombre es un animal social, que cada hombre se vincula amistosamente con los restantes y que un derecho común los une a todos.
Esto constituye la etapa previa al tratamiento de la familia y el Estado.
La ética aristotélica tiene un doble carácter. Puesto que el filósofo había rechazado el idealismo trascendente de Platón debió enfrentar el difícil problema de derivar una ética ideal de la realidad vivida. Él oscila, en consecuencia, durante largos intervalos, de una lógica imperativa a una descriptiva. Hallamos el rastro del idealismo platónico en su reconocimiento de un elemento divino que es inmanente en el hombre: la mente. Con referencia a esta chispa divina formula su exhortación de que debemos inmortalizarnos mediante nuestra conducta en la vida. En esta frase defiende la autonomía de la ética dentro del auténtico espíritu socrático.
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Texto extraído de:
Eduard Zeller (1968). Fundamentos de la filosofía griega. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Siglo Veinte
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En la Ética a Nicómaco Aristóteles dio forma definitiva a sus opiniones sobre la moral. Ellas representan un rompimiento completo con el dualismo platónico que aún había dominado su Protréptico, mientras que el punto de vista de la Ética a Eudemo, con su concepto de meditación como contemplación de los primeros principios divinos, que también proveen las normas para la ética, es abandonado.
Aristóteles se detiene en la vida real y analiza la naturaleza moral del hombre con el propósito de incluir las partes irracionales del alma dentro del proceso de la perfección moral. Ésta, sin embargo, no se deriva de un principio trascendente (como Platón) sino de la esencia del hombre mismo.
El fin de toda actividad humana en general es la felicidad (y ningún autor griego sobre el tema dudó jamás de ello), pues se trata de aquello que es deseado sólo por sí mismo y no en razón de algo extraño. Pero Aristóteles descubre el criterio según el cual las condiciones de la felicidad son determinadas no por el sentimiento subjetivo sino por el carácter objetivo de las actividades del espíritu.
La eudaimonía consiste en la belleza y perfección del ser en cuanto tal. El placer que el individuo extrae de esta perfección es sólo una consecuencia de ella; no es ni su fin último ni la medida de su valor. El bien para cada ser viviente es la perfección de su actividad; así para el hombre, como Aristóteles explica en detalle, el bien depende sólo de la perfección de la peculiar actividad humana. Ésta es la actividad de la razón y tal actividad racional en cuanto se corresponde con sus tareas, es la virtud. De aquí que la felicidad del hombre como tal consiste en la virtud. Entonces si dos clases de actividad racional y dos series de virtudes deben distinguirse, es decir, la teorética y la práctica, la más valiosa es la científica o la pura actividad del pensamiento mientras que la actividad práctica o virtud ética es el segundo constituyente esencial de la felicidad.
A éstas hay que hacer posteriores agregados. La felicidad requiere madurez y plenitud de vida.
Un niño no puede ser feliz porque aún es incapaz de ninguna actividad perfecta. La pobreza, la enfermedad y la desgracia perturban la felicidad e impiden a la actividad virtuosa los medios que aseguran la riqueza, el poder y la influencia. El amor para los jóvenes, las relaciones dé amistad, la salud, la belleza y la noble cuna son valiosos en sí. Mas el elemento positivo y constitutivo de la felicidad es sólo la excelencia interior, de la cual los bienes externos y materiales son meras condiciones negativas (como en la naturaleza las causas materiales respecto de las finales). Aun la más extrema desdicha no puede convertir a un hombre virtuoso en miserable, sí bien aquélla logra interponerse en el camino de su felicidad.
Así el placer no forma una parte autónoma del bien supremo en el sentido de que pueda constituirse en el fin de nuestras acciones; porque si es el resultado natural de cada actividad completa y, en consecuencia, inseparable de ésta, y aunque no merece el reproche que Platón y Espeusipo han formulado contra él, su valor depende, empero, absolutamente de la actividad de la cual surge. El placer es el acabamiento de toda actividad, su inmediata consecuencia. Virtuoso es aquel que sólo se contenta con la perfección del bien y de lo bello sin otra añadidura y que alegremente sacrifica toda otra cosa para obtener esta satisfacción.
De las cualidades sobre las cuales depende la felicidad, los méritos del pensamiento y la voluntad, las virtudes dianoéticas y éticas, estas últimas forman realmente el tema de la ética.
El concepto de virtud ética está determinado por tres características; es una cualidad de la voluntad que posee el justo medio adecuado a nuestra naturaleza según la determinación racional que ha de ser fijada por el sabio (Estas determinaciones se indican, en general, en la Ética a Nicómaco). Aristóteles extrajo este concepto del justo medio, en parte, de la antigua ética popular griega de la moderación, y en parte, quizá de las teorías dietéticas y terapéuticas de los médicos hipocráticos.
1. Todas las virtudes tienen su fundamento en ciertas disposiciones naturales; pero ellas sólo devienen virtudes en el real sentido cuando son guiadas por la inteligencia. Por otra parte, la virtud ética reside esencialmente en la voluntad. Cuando Sócrates la atribuye al conocimiento pasa por alto el hecho de que no es un problema de conocimiento de las leyes morales sino de su aplicación; se trata del control de las emociones por la razón, donde la libre decisión es dejada a la voluntad.
Aristóteles procede luego a examinar con grandes detalles los conceptos que denotan las diversas formas de la determinación por la voluntad, las de la volición, la deliberación, etc. Está determinación por la voluntad sólo puede, sin embargo, devenir virtud cuando adquiere una propiedad duradera, cuando alcanza una sólida disposición mental, tal como únicamente se encuentra en los hombres de edad madura.
2. Considerada de acuerdo con su contenido la voluntad es moral cuando mantiene el justo medio entre el exceso y el defecto; este medio queda determinado por la característica del agente, pues lo que es correcto para uno puede ser demasiado o muy poco para otro.
Cada virtud es, en consecuencia, un medio entre dos errores, entre los cuales oscila. Aristóteles ilustra esto con ejemplos de virtudes individúales, tales como el coraje, él dominio de sí, la generosidad, etc., sin intentar, empero, como Platón, derivar sus virtudes esenciales de un principio definido. Sus observaciones y análisis del real comportamiento de los hombres lo llevan á formular interesantes y vividos bosquejos de tipos caracterológicos, tales como su discípulo Teofrasto los elaboró en sus Caracteres.
Concede la mayor atención al tratamiento de la principal virtud política, la justicia, y le dedica todo el quinto libro de su ética, que se consideró hasta después de la Edad Media como la base del derecho natural.
Tarea de la justicia, según él pensaba, era la correcta distribución de las recompensas y los castigos; distingue, además, entre derecho privado y público a los que corresponde la justicia distributiva y la correctiva (o mejor, directiva). La primera debe distribuir de acuerdo con el mérito los honores y recompensas que la comunidad otorga a los individuos; la segunda vigila que en los contratos voluntarios se mantenga un equilibrio entre los beneficios y las pérdidas de cada contratante, y en los contratos obligatorios el castigo es proporcionado al delito. Para la primera —como observa curiosamente Aristóteles— vale el principio de la proporción geométrica y para la segunda, el de la proporción aritmética.
El derecho en sentido estricto, el derecho político, que debe ser distinguido del derecho paterno, doméstico y de los esclavos, se aplica sólo entre hombres libres e iguales. Se debe dividir en derecho natural y convencional. Mediante la corrección del segundo por el primero llegamos a la equidad.
3. ¿Quién debe determinar, en un caso dado, dónde reside el justo medio? Esto, expresa Aristóteles, corresponde a la frónesis, es decir, al intelecto práctico, que se diferencia de las virtudes dianoéticas por su relación con la voluntad; pues algunas de éstas se refieren sólo a lo necesario, como el nous, la episteme y la sofia, que es una combinación de estas dos, mientras que otras tales como la techne se relacionan, en efecto, con lo contingente y tienen por designio la producción, no sus fines.
Aristóteles distingue entre las virtudes y los vicios en sentido real, esto es, las cualidades justas v perversas de la voluntad y aquellas condiciones que se deben no tanto a la tendencia habitual de la voluntad como a su fortaleza o debilidad en relación con las emociones; por una parte la moderación y la resistencia y por otra la intemperancia y la molicie.
Finalmente en los libros sobre el amor y la amistad, llenos de ricas v delicadas observaciones y a cuidas consideraciones, se ocupa del nexo moral en el que hallan expresión los conceptos según los cuales el hombre es un animal social, que cada hombre se vincula amistosamente con los restantes y que un derecho común los une a todos.
Esto constituye la etapa previa al tratamiento de la familia y el Estado.
La ética aristotélica tiene un doble carácter. Puesto que el filósofo había rechazado el idealismo trascendente de Platón debió enfrentar el difícil problema de derivar una ética ideal de la realidad vivida. Él oscila, en consecuencia, durante largos intervalos, de una lógica imperativa a una descriptiva. Hallamos el rastro del idealismo platónico en su reconocimiento de un elemento divino que es inmanente en el hombre: la mente. Con referencia a esta chispa divina formula su exhortación de que debemos inmortalizarnos mediante nuestra conducta en la vida. En esta frase defiende la autonomía de la ética dentro del auténtico espíritu socrático.
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Texto extraído de:
Eduard Zeller (1968). Fundamentos de la filosofía griega. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Siglo Veinte
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