El hombre según Aristóteles
Comparto un nuevo apartado del libro Fundamentos de la filosofía griega de Eduard Zeller. Esta vez, sobre el entendimiento de Aristóteles del hombre y del resto de seres vivos.
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Aristóteles dedicó gran parte de su labor científica al estudio de la naturaleza orgánica. Aunque para este propósito él pudo aprovechar, sin duda, numerosas investigaciones de médicos y especialistas de la ciencia natural, tales como, por ejemplo, las de Demócrito; sin embargo, sus propios resultados, según todos los indicios, superaron con amplitud los de sus predecesores, al punto de que debemos llamarlo, sin ambages, no sólo su más eminente representante sino también el principal fundador de la zoología comparada y sistemática entre los griegos.
La vida consiste en la capacidad de automovimiento. Según Aristóteles cada movimiento presupone dos cosas: la forma que se mueve y la materia qué es movida. La materia es el cuerpo, mientras que la forma es él alma del ser viviente. El alma, en consecuencia, no existe sin el cuerpo ni es tampoco algo corpóreo. Es al mismo tiempo inmóvil, no lo que se mueve por sí, como quería Platón. Su combinación con el cuerpo es igual a la que constituye la forma y la materia. Como forma del cuerpo el alma es también el objetivo final de éste. El cuerpo es sólo el instrumento del alma; su naturaleza está determinada por esta función.
Esto es lo que Aristóteles significa con el término orgánico, concepción que él fue el primero en formular.
Si, empero, el alma es definida como la primera entelequia de un cuerpo orgánico, esto quiere decir que es el principio de la vida, la fuerza que lo mueve y lo construye como su instrumento. Resulta así evidente que la actividad teleológica de la naturaleza aparece con la mayor claridad en los seres vivientes, pues en éstos todo se mueve desde el alma y por los efectos que ella produce.
No obstante, puesto que cada acción teleológica sólo puede superar gradualmente la resistencia de la materia, la vida orgánica ofrece planos distintos.
La vida de las plantas consiste en la nutrición y la reproducción. En los animales tenemos la capacidad adicional de la percepción sensible y en la gran mayoría también la locomoción. Finalmente, el hombre posee estas dos aptitudes combinadas con el pensamiento.
Aristóteles acepta, por tanto, en parcial acuerdo con Platón, tres clases de almas. Éstas, cuando se reúnen en un alma individual, constituyen sus tres partes, las cuales se hallan tan relacionadas entre sí que la superior no puede existir sin la inferior ni ésta sin aquélla. Las tres son: el alma nutritiva o vegetativa; la sensitiva o animal, y la racional o humana.
En el hombre tal destino se manifiesta por su posición erecta y la simetría de su figura; tiene el cerebro más desarrollado y el mayor calor vital; en los órganos de la palabra y en la mano posee, además, los instrumentos más valiosos.
Entre las actividades sensibles del alma la percepción es un cambio producido en ella a través del cuerpo, es decir, se trata de la comunicación de la forma del objeto percibido al sujeto percipiente. Los sentidos individuales, como tales, nos dan informaciones sólo sobre las cualidades de las cosas a las que ellos especialmente se refieren. Lo que nos dicen es siempre verdadero. Por el contrario, las propiedades generales de las cosas que experimentamos por medio de todos los sentidos —la unidad, el número, la magnitud, la figura, el tiempo, la quietud y el movimiento— todo esto lo percibimos no a través de un sentido particular sino por el sensorio común (sensíbile comune) en el cual se unen las imágenes producidas en los órganos sensibles.
Gracias a este sensorio común podemos comparar y distinguir las percepciones de los diversos sentidos, referir a los objetos las imágenes que ellos comunican y llegar a ser conscientes de nuestras propias sensaciones. Este órgano definido como sensorio común es el corazón; el medio a través del cual los movimientos de los órganos de los sentidos llegan al corazón parece ser el pneuma.
Cuando el movimiento en el órgano sensible dura más que el tiempo de la percepción real y se comunica al órgano central y produce allí la renovación de la imagen sensorial, se le llama fantasía (el término también denota el poder de imaginar) y puede, como todo dato del sensorio común, ser verdadera o falsa.
Si una imagen es reconocida como copia de una percepción anterior, en lo que con frecuencia resulta fácil engañarse, la llamamos recuerdo; si el recuerdo es provocado de manera consciente lo llamamos reminiscencia (anamnesis). Así la memoria tiene también su asiento en el sensorio común.
Un cambio en el órgano central causado por la digestión provoca sueño, mientras que la extinción del calor vital ocasiona la muerte. Los movimientos internos en los órganos de los sentidos o aun aquellos que han sido provocados por las impresiones externas causan el sueño al llegar al órgano central; de este modo los sueños pueden ser, en determinadas circunstancias, anticipaciones de hechos que pasan inadvertidos durante la vigilia. Si el objeto percibido es considerado como bueno o malo surgirá de ello el placer o el dolor (estos sentimientos, según se muestra en De Anima, siempre contienen un juicio de valor) que a su vez provocan deseo o repulsión. Tales estados de ánimo proceden, también, del asiento central de las sensaciones.
Aristóteles no profundiza la distinción entre sentimiento y deseo, y si con Platón ha opuesto la efithimía al thimós como lo puramente sensible y la forma más noble del deseo irracional, no ha determinado, sin embargo, con precisión el concepto de thimós, que para él significa ira, coraje y la gama de los estados emocionales semejantes.
Todas estas funciones, como tales, pertenecen, no obstante, al alma animal; sólo en el hombre hallamos el factor adicional: el pensamiento o la mente (nous). En tanto el alma animal nace y perece con el cuerpo, del cual es la forma, la mente no tiene origen y es imperecedera; entra desde afuera en el germen del alma, que es transmitido del padre al hijo, carece de órgano corporal y no está sujeta al sufrimiento o al cambio y permanece incólume ante la muerte del cuerpo. Pero en cuanto la mente de un individuo humano, unida al alma, se ve afectada por el cambio de los estados de ésta. En el individuo, la capacidad de pensar precede al pensamiento real; su mente es como una tabula rasa, sobre la cual es escrito un primer contenido por medio del pensamiento mismo (no por las percepciones sensibles sino por la intuición de los noetá), su pensamiento se acompaña siempre de imágenes sensibles (fantasmata).
Aristóteles, en consecuencia, distinguió dos especies de nous: uno que causa todas las cosas; otro que deviene todo; es decir, uno activo y otro pasivo.
Este último debe nacer y morir con el cuerpo, mientras que el activo es, por su esencial naturaleza, eterno. Nuestro pensamiento, empero, como algo individual, se origina por la cooperación de ambos factores; no recordamos la existencia previa de nuestra mente, ni tampoco puede ser atribuida a esta mente libre de lo sensible, antes o después de la vida presente, ninguna de las actividades que según Aristóteles son propias sólo de los seres compuestos de nous y de alma.
Buscaremos en vano, sin embargo, en Aristóteles una referencia más exacta de la índole del intelecto pasivo y su relación con el activo. Vemos, sin duda, que él esperaba hallar en aquél el vínculo que uniera el nous con el alma animal, mas no muestra cómo las diferentes cualidades que él le atribuye pueden ser reunidas sin contradicciones, ni plantea la cuestión de dónde reside el centro de la personalidad humana, ni cómo el nous incorpóreo logra llevar una vida personal sin recuerdos, etc. Cómo, por otra parte, surgen la autoconciencia y la unidad personal de la vida, de la cual ella es expresión, en virtud de la mezcla del nous con el alma animal, de lo eterno con lo transitorio, y cómo puede ser sujeto el ser que de allí resulta.
De la unión de la razón con las fundones inferiores del alma depende la actividad mental que eleva al hombre sobre los animales. La pura actividad del nous es una aprehensión inmediata de las verdades supremas. Aristóteles, como Platón, distingue, sin dar, empero, una detallada explicación psicológica, el conocimiento mediato (diánoia o episteme) y la opinión (doxa), que se refiere a lo no necesario. Si el deseo es guiado por la razón se convierte en voluntad.
Aristóteles presume, en forma arbitraria, la incondicionada libertad del querer e intenta probarla por el hecho de que la virtud es voluntaria y porque nosotros somos responsables de nuestras acciones. Asegura, además, que de los fines últimos de nuestras acciones, de los juicios de valor moral universal, decide nuestra voluntad; la justicia de nuestros fines depende de la virtud.
Cuáles son los mejores medios para realizar tales fines debe decidirlo la reflexión. En tanto la razón cumple esta tarea es reflexiva o práctica (nous o logos practikós), en cuyo desarrollo consiste la prudencia (frónesis). No se hallan en Aristóteles estudios más precisos de los procesos internos que producen los actos volitivos ni sobre la posibilidad y los límites de la libertad de la voluntad.
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Texto extraído de:
Eduard Zeller (1968). Fundamentos de la filosofía griega. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Siglo Veinte
Texto extraído de:
Eduard Zeller (1968). Fundamentos de la filosofía griega. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Siglo Veinte
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