Epiménides y la sabiduría como engaño: Ariadna, Dionisos y el Laberinto

Añado un breve extracto del libro de Giorgio Colli 'La sabiduría griega' vol.II en cuanto a la persona y la obra del filósofo y poeta Epiménides; en el que analiza un mito relatado por este: el de Ariadna y Diónisos.

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Epiménides no contaba historias sobre los dioses, sino que vivía con los dioses. Su sueño, que duró cincuenta y siete años -si realmente fue él mismo quien lo contó- quería decir precisamente eso. No cabe duda de que la imagen alude a una posesión letárgica por parte del dios, y los sueños que hicieron acto de presencia en su prolongado letargo se refieren a la esfera adivinatoria. Pero en su sueño Epiménides encontró a los dioses; y entre ellos, a una diosa de la que quizá ninguno había tenido noticia anteriormente: la Verdad.

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La interiorización extrema de esta experiencia, el contacto con los dioses en la visión, el éxtasis que procede de una abigarrada técnica cognoscitiva de tipo chamánico, todo ese conjunto se disuelve de repente en un desbordamiento expresivo -como ya le había sucedido a Orfeo- donde el estímulo de la vivencia se descarga y se vuelca plenamente en la magia del canto.

Epiménides cuenta sus mitos con toda una serie de variantes y con nuevas invenciones poéticas. La información que nos ha llegado sobre esos mitos es más bien escasa y bastante fragmentaria. Sorprende la introducción de divinidades inéditas e inquietantes como Insolencia y Desfachatez, y la inspiración cretense toma cuerpo en la aparición de seres monstruosos en los que la figura del dios se mezcla con la del animal. Sólo en un caso se puede intentar una reconstrucción -al menos, parcial- del mito. La complementariedad de los testimonios con un pasaje de Homero lleva a suponer que Epiménides recoge aquí una tradición muy antigua: es el mito de Ariadna y Diónisos.

Diónisos pretende seducir a Ariadna, y lo logra mediante un regalo insidioso: una corona refulgente cuajada de pedrería india. Ariadna cae en la trampa; pero intercambia el engaño al ofrecer esa corona a Teseo. Con el resplandor de la corona se disipan las tinieblas del Laberinto; y Teseo mata al Minotauro, que es representación de Diónisos. Pero Diónisos no ha muerto; recoge la corona del engaño y la fija en el cielo sobre la isla de Día, para que descubra a Teseo y a Ariadna en presencia de los dioses. El nuevo engaño desvela la pasión de los dos amantes y las flechas de Artemis hieren de muerte a Ariadna.

Pero ese mito, anterior al siglo VII, presupone ya otro mito cretense más antiguo, puesto que Ariadna, que aquí es sólo una mujer, se presenta en los documentos más primitivos como una de las grandes diosas. No podemos reconstruir el mito originario; pero la versión de Epiménides, donde la relación entre Ariadna y Diónisos está basada en pura violencia, alude a unos orígenes todavía más sombríos. Del mito originario conocemos tres elementos: la «Señora del Laberinto», identificada con Ariadna, a la que en Creta se llamaba también Aridela, es decir, la «Luminosísima»; el Minotauro-Diónisos, el animal-dios conocido como el «Resplandeciente»; y el Laberinto, que equivale a la lóbrega astucia del poder.

Si se quiere aventurar una hipótesis, se podría decir que esta descripción no permite atribuir al mito una actividad, sino más bien un equilibrio estático que se funda en una situación de crueldad. Por otra parte, como la religión minoica conoce un claro predominio de las grandes divinidades femeninas, la hipótesis puede ampliarse no sólo a la imagen de la «Luminosísima», que tiene prisionero al «Resplandeciente», sino también a la representación de la «Señora del Laberinto», que somete a sus deseos al animal-dios y lo encierra en las tinieblas.

Pero lo que nos interesa aquí es el mito de Epiménides, en el que se da una clara inversión de los personajes. El dios domina a la mujer; pero en el Laberinto se cambian los papeles. Esto último no es más que una hipótesis para rellenar la única laguna del relato. En realidad, la fuente de luz no pertenece ahora a los protagonistas, sino que viene del exterior. Y esa luz es el instrumento del engaño. Pues bien, ¿Por qué la luz produce el engaño?

Sin duda, porque ofrece un conocimiento mediante el cual alguno deberá sufrir un descalabro. La luz despeja el Laberinto para Teseo, y la desgracia recae sobre el Minotauro, representación de Diónisos. En el cielo, la corona descubre a los amantes; y precisamente ese conocimiento es el que arma el brazo de Artemis contra Ariadna. De ese modo, en el primer engaño -el que se percibe en la laguna narrativa- pudiera ser que Diónisos, en el hecho de ofrecer la corona a Ariadna, la impulsara a adentrarse con esa antorcha por el Laberinto, donde quedaría a merced de la representación del dios, o sea, del Minotauro. Pero en ese caso todo conocimiento sutil, que rebota con una asechanza fatídica más allá de su impacto inmediato, ¿Comporta necesariamente un engaño? Y esa luz deslumbrante que desvela los secretos ¿Es verdaderamente portadora de muerte y de esclavitud? ¿Es quizá eso lo que quería decir Epiménides: que la sabiduría es un engaño?

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